"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

miércoles, octubre 15, 2014

Winter Sleep, una Palma de Oro que reluce de verdad



Imaginen que Madame Bovary y Heathcliff se han casado y viven en el noveno círculo del infierno, sí, ese que está congelado. Imaginen que (mal)viven con Macbeth, un par de personajes de Los hermanos Karamazov y el caballo de Ricardo III. Imaginen que el guión lo ha escrito Chejov con diálogos escritos por Ingmar Bergman y que el director de fotografía es Gordon Willis. Imaginen que dura tanto que podría ser una miniserie de la HBO y se harán una idea de la película a la que Jane Campion y demás jurado del último Festival de Cannes le otorgó con todo merecimiento la Palma de Oro.




En la historia del cine hay grandes patriarcas dominates y falocéntricos bigger than life. Del Kane de Orson Welles al Rufus Hannassey con el que deslumbra Burl Ives en Horizontes de grandeza (William Wyler) pasando por el capitán Wade Hunnicutt (Robert Mitchum en Con él llegó el escándalo de Vicente Minnelli) o el obispo protestante de Fanny & Alexander (Ingmar Bergman).  E incluso, en versión vaginocéntrica, la Escarlata O´Hara de Lo que el viento se llevó. En Sueño de invierno el terrateniente es un culto escritor de artículos provincianos. Posee en un pueblo perdido en la Anatolia más profunda un hotel hecho de barro y piedra cuya arquitectura es por sí sola una metáfora del mal. A más inri, le ha puesto como nombre Otelo y lo suelen visitar chinos políglotas y motoristas aventureros. Está casado con una mujer mucho más joven y una hermana todavía más vieja. Si las miradas matasen, no quedaría un alma en ese poblacho perdido de la mano de Alá. Pero como hay que rellenar 195 minutos de proyección las palabras vuelan como dardos directos al corazón, navajazos que apuntan a la yugular.


Todo dicho, eso sí, sin levantar el tono de voz que para eso estamos entre personas civilizadas y temerosas de dios. Nuri Bilge Ceylan ofrece todo un análisis de cómo hacer cosas con palabras, de la flexibilidad del lenguaje tanto para expresar lo más sublime de los sentimientos como para destruir moralmente a una persona. No me extrañaría que Tarantino, que le entregó la Palma de Oro, se haya sentido fascinado por la potencia y la precisión de unos diálogos que luego él reciclará añadiendo unos cuantos "fucking" y un ritmo más veloz. Equivalente cinematográfico de una novela de 900 páginas, la trama se configura a través de una serie de disgresiones alrededor del protagonista principal aunque el "Grandísimo hijo de puta, ojalá te estampes" que le dedica en las primeras secuencias el imám de la comunidad nos traza en un solo insulto la estatura moral de un tipo que de tan humano que es, con sus grandezas y miserias, no podemos menos que sentir por él una mezcla de repulsión y compasión que configura el sello del representante típico de la especie.



Como Jack Nicholson en El resplandor, Haluk Bilginer es una especie de gran araña peluda que en la telaraña de su hotel mazmorra mantiene atrapadas a la mosquita muerta de su mujer y a la mantis religiosa de su hermana, además del resto de hormigas obreras que son los habitantes del pequeño pueblo en el que viven.  En la dialéctica amo-esclavo que mantiene la gran araña peluda con el resto de insectos que se agitan pausadamente alrededor suya, se destila la incomunicación a pesar de las parráfadas, las relaciones de dominación que establece la desigualdad económica así como las aspiraciones a la libertad cortadas de raíz por el ansia de seguridad, estabilidad, pereza y, sobre todo, cobardía emocional.  Sólo el chino que apenas chapurrea inglés y el motorista que desprecia el peligro logran salir de la fortaleza de hielo que como en un tenebroso cuento para niños de los hermanos Grimm se va levantando lentamente ante nuestros ojos de aterrorizados y fascinados espectadores.  El mal banal que contempló Arendt en las respuestas esterotipadas de Eichmann se revela también aquí en los diálogos llenos de lugares comunes pero también de verdaes como puños al hígado entre el protagonista y sus víctimas propiciatorias que, sin embargo, son tan miserables en su victimismo como su ricachón verdugo.  Sólo en las películas de Night Shyamalan últimamente -de El Bosque a El incidente- se había sentido la opresión atmosférica de la claustrofobia social con tanta intensidad.



A la salida del cine hay una competición entre los espectadores y los críticos para ver cuántos minutos cortarían ellos de la película.  Por el contrario, yo le añadiría el doble de metraje y a la inversa de lo que sucedió con Fanny & Alexander haría de ella una serie.  Podríamos investigar qué pasa con la hija "londinense" del vecino, ese pequeño infierno que se adivina en la familia de los musulmanes o si vuelve la hermana amargada a pedirle perdón a su marido borracho.  Todo sea, ya digo, para continuar las hebras de este gran culebrón intelectual y refinado, amargo y extraordinariamente sensible, incómodo y a contracorriente (es decir, todo lo contrario de Boyhood, el otro culebrón gafapasta y extensísimo de la temporada.)

Con sólo un par de pinceladas en este lienzo cinematográfico en el que se combinan los grandes y azules planos congelados a lo Friedrich con las íntimas escenas hogareñas tendiendo al ocre de Vermeer, Bilge Ceylan nos avisa de la situación de opresión política y religiosa que se vive en Turquía, lo que le llevó en la recogida del premio en Cannes a dedicárselo a la juventud turca que se alzó a protestar contra el creciente autoritarismo islamista del presidente Erdogan.

Del mismo modo que Bergman en sus películas más misántropas (y tanto por su título como por su visión sobre la imposibiliad del matrimonio monógamo-heterodoxo-occidental en su guión, destacaría en la comparación Las mejores intenciones), Bilge Ceylan hace que la pantalla funcione como un reflejo especular de los espectadores. Junto a La entrega y Sólo los amantes sobreviven (en la que Jim Jarmush nos presenta a un matrimonio de vampiros que hace sobrevivir su pareja viviendo cada uno no en habitaciones separadas sino en continentes diferentes), Winter Sleep es una de las películas que quedarán este año para la historia por su combinación de gran arte cinematográfico al servicio de una historia que llega a lo más íntimo del esíritu humano, en un drama que con toques de comedia y llega en los momentos finales a rozar la poesía, en un broche falsamente esperanzador porque en realidad el doble discurso del flujo de conciencia interior y el silencio de las dobles palabras (tan lejos están a veces el acto locutivo del ilocutivo y del perlocutivo, lo que decimos de lo que queremos decir, cómo nos enseñó Austin) nos lleva a que nuestra más grande característica, lo que nos hace plenamente humanos, sea al mismo tiempo nuestro lastre más pesado.  Por decirlo con el leit motiv de la película: el infierno está empedrado de buenas intenciones y enbovevado de grandes palabras.




PD. En el destartalado y viejuno cine Madrigal de Granada, que sobrevive en este tiempo decadente en el que los espectadores vulgares prefieren las ratoniles pantallas de sus "smartphones" expresadas en pulgadas a la oscuridad de la sala cinematográfica y la grandeza de una pantalla que, como un elefante, se mide en metros, advierten al comprar el ticket que la película es en VOSE como si pudiésemos contagiar del ébola o hacernos independentistas del Ampurdán.  Le sugiero que, por el contrario, podrían proyectar todas así y me responde que depende del público.  Le señalo la cola que hay para entrar en el cine y que no veía desde que proyectaron el cursi Jesús de Nazareth de Zefirelli. Eso sí, con una edad media de más de cuarenta años y votantes todos de Podemos, salvo un par de chicas que parecen estudiantes francesas de Erasmus.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabía que pusieran VOS en el Madrigal, de momento en Kinepolis parece que tienen público las subtituladas, the dust, gone girl... Una gozada.

Anónimo dijo...

Resulta cachondo que se hable de cine gafapasta en sentido crítico para una peli y nos eleve a los altares a la última de Jarmush que es un modelo perfecto de ese cine en su vacuidad y pretendida metafísica. Ñona, pesada, aparentemente estética, aburrida, que es lo peor que se puede decir de una peli. Pero claro, hay que desmarcarse del crítico de El País. El hombre es un ser curioso